Dos Cruces, Dos Significados

¿Es consciente el lector que la Escritura revela dos formas distintas de crucifixión? En efecto, la crucifixión romana difiere significativamente de lo que podríamos denominar la “crucifixión primigenia”. El presente escrito tiene como objetivo destacar algunas de estas diferencias, al tiempo que proclama la trascendental verdad de que Jesucristo posee un reino incluso antes de la creación del universo.

Para comprender la crucifixión romana, basta con recurrir a los registros históricos. Mucho se ha documentado y debatido sobre este método de ejecución. Su naturaleza investigable y estudiable, ha trascendido culturas, inspirando innumerables obras artísticas, desde composiciones musicales hasta producciones cinematográficas, consolidándose como un evento icónico que transformó el curso de la historia mundial.

Sin embargo, la comprensión de la “cruz del principio” requiere una perspectiva diferente, una iluminación divina en nuestros corazones para asimilar la asombrosa noticia del Evangelio. ¿Por qué no existe una representación fílmica de esta crucifixión? Sencillamente, porque ningún ser humano fue testigo de ella. Consideremos detenidamente el siguiente pasaje bíblico:

Apocalipsis 13:8 (NTV) “Aquellos cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida que pertenece al Cordero que fue sacrificado antes de la creación del mundo”.

Interrogando al texto mismo, la respuesta es inequívoca: el Cordero fue inmolado antes de la fundación del universo. Mientras que el escenario de la crucifixión romana fue el monte Gólgota, la “cruz primigenia” tuvo su lugar en la eternidad. Ni usted ni yo estuvimos presentes en aquel acto trascendental.

La crucifixión romana fue, en su literalidad, un acto de brutalidad extrema contra un inocente, una carnicería cruenta que dejó un rastro de sangre. En contraste, la “cruz del principio” no implicó derramamiento de sangre. ¿La razón? La naturaleza espiritual de Dios impide tal efusión.

Surge entonces la pregunta: ¿qué inmoló el Hijo si su esencia espiritual no conlleva sangre? La respuesta se revela directamente en las palabras del Señor en Getsemaní: “Diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. (Lucas 22:42).

Si bien el Hijo de Dios se había encarnado en la persona de Jesús de Nazaret, la inmolación para Él trascendía la mera entrega física o el derramamiento sanguíneo. Implicaba un acto superior: la rendición de su propia voluntad a la voluntad de su Padre. Aquí se vislumbra lo que entregó en el principio.

En otras palabras, más allá de la cruz romana, el sacrificio fundamental radicó en la obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz. Es crucial enfatizar que bajo ninguna circunstancia se pretende minimizar la importancia de la sangre del Cordero, tema que merece un análisis aparte.

¿Desde cuándo Cristo ejerce su reinado?

Es imperativo establecer una verdad que aún permanece desconocida para muchos: Cristo es Rey desde la eternidad, no desde el Gólgota. Su Padre lo constituyó Rey antes de la fundación del mundo, no mediante una corona de espinas. El profeta Daniel declaró que Su Reino es sempiterno (Daniel 4:3), lo que implica su existencia perpetua e ilimitada. El autor de la epístola a los Hebreos afirma que hemos recibido un reino inconmovible, un reino que nadie ha podido desplazar, quebrantar o alterar.

Considérese esto: cuando Cristo comenzó su reinado, el árbol del cual se extrajeron las espinas para confeccionar la nefasta corona que ciñó su cabeza aún no había sido creado. La Escritura declara que el Cordero fue inmolado antes de la fundación del mundo, es decir, antes de la existencia de árboles espinosos, Él ya era Rey.

El Salvador existe, no desde el Gólgota, sino desde antes de la creación del universo. El Redentor existía, no desde el Gólgota, sino desde antes de la fundación del mundo. El reinado de Cristo no se originó en el Gólgota, sino que precede a la propia creación.

¡El madero no lo invistió como Rey! ¡Los clavos no lo invistieron como Rey! ¡El vinagre no lo invistió como Rey! ¡Las espinas no lo invistieron como Rey! Fue su Padre, en virtud de su obediencia, quien lo estableció como Rey desde antes de la fundación del mundo.

Roma y los soldados romanos carecían de autoridad para investirlo como Rey; esa prerrogativa pertenecía únicamente a su Padre. De igual modo, jamás un elemento perecedero como unas “espinas” podría conferir realeza a Aquel que es Eterno e indestructible.

En la cruz romana murió Jesús de Nazaret, un hombre judío. Pero Cristo no murió en la cruz romana, en parte porque nada ni nadie puede arrebatarle la vida, ya que Él es la resurrección y la vida. Por esta razón, al tercer día resucitó de entre los muertos, triunfante y victorioso. Aun ni la muerte lo pudo retener.

Por lo tanto, en la crucifixión romana, Jesús murió literalmente derramando su sangre por los pecados de la humanidad. Sin embargo, en la “crucifixión primigenia”, Cristo murió a su propia voluntad para cumplir la voluntad de su Padre. Esta es la Buena Noticia: desde el principio, hemos tenido salvación eterna, redención eterna, vida eterna y un Rey eterno. A Él sea la gloria.

Atte. Uziel Reyes

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