De La Esencia Humana A La Esencia Divina: Un Llamado Al Discernimiento Espiritual

La verdadera esencia: ¿humana o divina?

Hoy se habla mucho de “mantener la esencia”, como si en ella residiera la clave de la plenitud y la autenticidad. Pero surge una pregunta inevitable: ¿de qué sirve preservar nuestra esencia si lo que conservamos no proviene de Cristo? Y más aún: ¿será la esencia humana suficiente para transformar el mundo, o necesitamos una esencia más elevada, que venga de lo eterno?

Lo más importante de la vida de una persona —su esencia— no debería ser su temperamento, su autenticidad ni siquiera sus dones naturales. Para quienes están en Cristo, la verdadera esencia es Cristo mismo, el Hijo en nosotros.

El apóstol Pablo lo expresó con contundencia: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Y aunque estas palabras fueron dichas desde su propia experiencia, también podemos apropiarnos de ellas, porque nuestras vidas han sido crucificadas con Cristo y la esencia que ahora nos sostiene no es la humana, sino la divina.

El problema de la esencia humana

La llamada “esencia humana” no es tan inofensiva como algunos pretenden. Si la esencia del hombre fuera suficiente, el mundo no estaría como está hoy. Precisamente la condición actual del mundo es consecuencia de esa esencia humana sin el gobierno de Cristo: un corazón engañoso, egoísta y rebelde (Jeremías 17:9).

¿Dónde radica el verdadero problema de la esencia humana? En la pretensión de vivir fuera de Cristo.

La Escritura es clara: “¿Acaso alguna fuente hecha por una misma abertura agua dulce y amarga?” (Santiago 3:11). Del mismo modo, en el alma no pueden coexistir dos esencias: o permanece la humana, caída y venenosa, o habita la divina, santa y transformadora. Cuando la esencia divina toma lugar en nosotros, la naturaleza humana es transformada.

La naturaleza humana, en realidad, se asemeja al árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 2:17). Puede producir cosas que parecen buenas y otras evidentemente malas, pero en ambos casos provienen de una misma raíz: la independencia de Dios. Por eso, aunque pueda ofrecer frutos agradables a la vista o útiles a la sociedad, nunca será la esencia que el ser humano necesita para su verdadera transformación. Lo que procede de ese árbol siempre conduce a la muerte; lo que procede de Cristo, el árbol de la vida, es lo único que trae vida eterna y una transformación genuina del corazón.

Incluso Jesús, en su ministerio terrenal, nunca vivió exaltando su propia “esencia personal”. Su vida giraba en torno a la sustancia de su Padre, dependiendo de Él en todo momento (Juan 5:30).

La esencia que necesitamos manifestar

Por eso, cuando hablamos de esencia, no podemos caer en el error de proponer la nuestra como modelo supremo. Sería insuficiente. La esencia del Hijo en nosotros, en cambio, es la única que trae vida y transformación real.

Y esta esencia no debe manifestarse únicamente en los púlpitos o lugares de reunión, sino en la vida cotidiana:

  • en la intimidad de los santos,
  • en el bufete de un abogado,
  • en el trabajo invaluable de un ama de casa,
  • en las manos de un carpintero,
  • en la ética de un docente,
  • en el liderazgo de un mandatario.

La esencia de Cristo en nosotros es universal y aplicable a toda esfera de la vida.

Una invitación al discernimiento

Vivimos en un tiempo donde la cultura exalta la autoexpresión y la autenticidad personal. Pero los hijos de Dios estamos llamados a discernir: lo más esencial no es “nuestra esencia”, sino quién es la esencia “EN” nosotros.

Cuando hablas de “ser tú mismo”, ¿hablas de tu naturaleza humana o de Cristo viviendo en ti? Lo esencial no es tu temperamento, ni tu estilo, ni tu forma de ser. Lo esencial es Cristo.

El escritor de Hebreos lo afirma con claridad: “Él es la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). Lo esencial no es lo que portamos por naturaleza, sino lo que nos ha sido impartido por gracia en el Hijo. Por eso, esto no se trata de que la gente conozca tu esencia, sino de que puedan ver en ti la esencia del Hijo, que es vida y verdad eterna.

Y te pregunto: ¿cuál es tu esencia?

Que no sea la humana, frágil y engañosa, sino la de Cristo, eterna y transformadora. Tu esencia no es suficiente, Cristo en ti sí lo es.

Comparte en tus redes
Uziel Reyes
Uziel Reyes
Artículos: 10

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *